Los cambios que está experimentando la economía mundial plantean a la región el reto de repensar su inserción internacional. El nuevo marco geopolítico con los precios del crudo, es una lección para la región: necesita diversificar su canasta exportadora.
Las profundas transformaciones que está experimentando la economía global plantean a la región el desafío de repensar su inserción internacional y su esquema de alianzas.
Por: esglobal.org
A pesar de los reveses, sigue en marcha una recuperación mundial desigual. En las economías avanzadas, los legados del boom previo a la crisis y la coyuntura siguiente, entre ellos un elevado nivel de deuda privada y pública, siguen ensombreciendo la recuperación. Las perspectivas de crecimiento que recoge el último informe del Fondo Monetario Internacional tanto de las economías avanzadas como de los mercados emergentes muestran una heterogeneidad considerable.
Entre las economías avanzadas, se proyecta un repunte del crecimiento, más lentamente en Japón y la zona del euro, y más pronunciado en general en Estados Unidos. Entre los grandes mercados emergentes, se prevé que el crecimiento se mantendrá elevado en las economías de la región de Asia-Pacífico, con una leve desaceleración en China y un repunte en India, pero que será atenuado en Brasil y Rusia.
La desaceleración del crecimiento global, que conspira contra la recuperación de los flujos comerciales y de los precios de los productos básicos, y la perspectiva de un empeoramiento de las condiciones de acceso a los mercados financieros internacionales, aunque con riesgos sistémicos limitados, configuran una nueva normalidad a la que las economías de América Latina y el Caribe deberán adecuarse.
Ante este escenario futuro, la inserción internacional de América Latina y el Caribe en la estructura económica mundial se enfrenta a intensos cambios en la naturaleza, las fuentes y las pautas de distribución del poder y la riqueza, que suponen una menor relevancia del área del Atlántico norte y un proceso de shifting wealth o de desplazamiento del centro de gravedad económico y político hacia el área Asía- Pacífico.
La crisis financiera global de 2008 y 2009 interrumpió bruscamente la prolongada bonanza económica internacional que experimento la región a partir de 2003 y ha cambiado el contexto externo que deberán enfrentar las economías de América Latina y el Caribe, en el marco del proceso de(re)estructuración del poder mundial.
Según las proyecciones y lo observado durante los meses transcurridos de 2014, los cambios en el dinamismo económico de las principales economías del sistema internacional registrados este año y la continuidad de las pautas correspondientes en el entorno externo de la región, se expresarán en 2014 y 2015 en un moderado aumento del crecimiento mundial. Se prevé que el crecimiento en la región sea, en promedio, del 1,3% en 2014, la tasa más baja desde 2009. Un crecimiento que repuntará al 2,2% en 2015, impulsado por el fortalecimiento de las exportaciones y un modesta recuperación de la inversión.
Aunque es probable que lo peor de la crisis haya quedado atrás y la probabilidad de eventos sistémicos es baja, los cambios en la economía mundial –que pueden tener efectos duraderos– nos ofrecen la posibilidad de realizar una proyección de los posibles escenarios futuros a los que la región deberá hacer frente, prestando atención a las dinámicas de los países en desarrollo, el desempeño de las economías emergentes y la evolución de las economías ricas.
Entre éstos últimos países, solo la economía estadounidense muestra signos claros de recuperación. En la zona del euro hay un panorama bastante heterogéneo: mientras Alemania y un conjunto limitado de Estados están comenzando a crecer, las economías de la periferia europea están todavía lejos de superar las dificultades derivadas de la crisis que puso en dudas la supervivencia del euro; sus niveles de actividad apenas han dejado de contraerse, en el mejor de los casos, al tiempo que mantienen muy elevadas tasas de desempleo y no se han alejado todavía de la probabilidad de un proceso deflacionario que podría tener efectos muy adversos. En el caso de Japón, en tanto, ha empezado a recuperarse de manera muy lenta, todavía con mucha variabilidad y sin claros signos desde la política económica que apuntalen esta recuperación, más allá del impulso inicial.
La disminución del ritmo de crecimiento del comercio mundial que traería aparejado el bajo crecimiento de las economías desarrolladas, no solo afectaría al volumen del comercio, sino que también tendría un impacto negativo (que ya ha comenzado a observarse) en los precios de los productos básicos, agravado por las perspectivas de las propias economías en desarrollo, en especial de China. Asimismo, el bajo crecimiento global también tendría repercusiones negativas en el comercio de servicios, en especial de aquellos cuya demanda es más elástica respecto del ingreso, como ocurre con el turismo.
En el caso de la economía china, dada su importancia creciente en el comercio internacional, y muy en especial para América Latina y el Caribe, la desaceleración de su crecimiento y la perspectiva de un cambio de su patrón de desarrollo, a favor de una mayor importancia del consumo interno y una menor relevancia de la inversión, abren la posibilidad de una reducción del ritmo de crecimiento de la demanda de productos básicos –como las materias primas– y de menores precios en un futuro próximo, junto a un cambio en la composición de la demanda a favor de aquellos bienes más ligados al consumo, como los alimentos, y en contra de aquellos más vinculados a la inversión, como los metales.
Estos escenarios propician que la sostenibilidad del desarrollo de América Latina y el Caribe se enfrente a tres amenazas: la económica, la social y la ambiental. La sostenibilidad económica se basa en la capacidad de alcanzar un crecimiento económico elevado y continuo como condición necesaria, si bien no suficiente, para el desarrollo con igualdad. Esta sostenibilidad presenta vulnerabilidades internas y externas. Las primeras se relacionan estrechamente con las necesidades y restricciones del acceso al financiamiento externo. Estas debilidades se hacen patentes cuando empeoran las condiciones externas, habitualmente por perturbaciones en los mercados de bienes (de volumen exportado o, más a menudo, de precios) o en los financieros. Una sostenibilidad que también se relaciona con el desarrollo de una estructura productiva diversificada y competitiva.
La sostenibilidad social del desarrollo de América Latina y el Caribe depende de los avances frente a una serie de problemas seculares de la región, como son la alta desigualdad, las brechas en capacidades, la escasa eficacia redistributiva de la fiscalidad, la baja cobertura de los sistemas de protección social y la segmentación del empleo. En este contexto la sostenibilidad social se encuentra estrechamente relacionada con la económica.
Finalmente, la sostenibilidad ambiental del desarrollo de esta región se ve amenazada por las pautas tanto de la estructura productiva como del consumo en América Latina y el Caribe. La especialización de un crecimiento orientado a la explotación de recursos naturales en gran parte no renovables, ejerce una elevada presión con múltiples repercusiones en la sostenibilidad del desarrollo. Obviamente, también está relacionada con la económica, pues el desarrollo de una estructura productiva diversificada y competitiva requiere, cada vez más, tomar en cuenta el impacto ambiental.
Un último aspecto que debemos destacar en relación a la inserción y vinculación de América Latina y el Caribe en la estructura económica mundial, es el descenso en los últimos meses del precio del petróleo. Un acontecimiento con claras implicaciones geopolíticas y geoeconómicas. En lo que respecta a la región, por un lado, para los exportadores de crudo esta reducción del precio va a suponer una caída importante en el valor de sus exportaciones y, por tanto, un aumento de su déficit exterior. Lo que sin duda puede generar una depreciación de sus monedas en el medio plazo.
Países como Colombia, México, Ecuador y Venezuela que son exportadores netos de oro negro, van a sufrir además una caída de sus ingresos fiscales, con el consiguiente impacto en las políticas públicas de estos países. En cambio, Estados como Brasil y Argentina que también son exportadores de petróleo, pero tienen equilibrio en su balanza energética exterior, les afectará mucho menos.
El nuevo marco geopolítico que representa la bajada de los precios del crudo, es una lección para la región latinoamericana en su conjunto, en relación a la necesaria diversificación de su canasta exportadora, muy dependiente de las exportaciones de materias primas, las cuales tienen un elevado componente de volatilidad en sus precios.
En suma, al igual que las economías emergentes en general, América Latina y el Caribe deberá redefinir sus estrategias de desarrollo para adecuarlas a un menor dinamismo de los volúmenes comerciales y a la moderación de los precios internacionales de los productos que exporta. La sostenibilidad del crecimiento económico de la región dependerá a su vez de una mejor inserción de América Latina y el Caribe en cadenas regionales y globales de valor, del desplazamiento hacia actividades productivas con mayor valor agregado, más intensivas en conocimiento, una mejora en las condiciones de acceso a los mercados internacionales a través de la integración regional, así como la negociación de acuerdos en marcos bilaterales o multilaterales.
El contexto geopolítico y geoeconómico del sistema internacional ha propiciado nuevas dinámicas en la interrelación económica de América Latina y el Caribe. Las profundas transformaciones que está experimentando la economía global plantean a la región el desafío de repensar su inserción internacional y su esquema de alianzas. En este nuevo contexto mundial, este área debe procurar una modalidad de vinculación con la economía global y sus diferentes actores, que le permita maximizar los beneficios de sus crecientes vínculos con Asia y otras regiones emergentes, buscando al mismo tiempo reducir sus costos centrados en gran medida en el creciente proceso de reprimarización de su modelo productivo.
Fuente: Estrategia y Negocios